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Inflación en la botella: de la uva a la etiqueta, cómo se compone el precio del vino

A veces nos cuesta diferenciar por qué un vino es mejor que otro y, en especial, por qué puede costar muchas veces más una etiqueta que el resto. La escasez de botellas de vidrio que impacta a la industria vitivinícola puso en evidencia todos los aspectos que influyen a la hora de producir un vino y que no siempre es la uva o la mano de obra, la que más cuesta.

El vino es uno de los productos que más se vio afectado por la inflación en el último año. Según un reporte de septiembre de la consultora Focus Market los vinos de gama baja fueron el segundo producto masivo que más subió interanualmente, un 99,2% entre agosto 2020 y agosto 2021, solo superado por los snacks (134,5%). Los vinos del segmento medio, en tanto, subieron 63,4% en el mismo período.

En 2020 hubo un retraso por la política de precios máximos del Gobierno nacional y se dio un repunte del consumo durante la pandemia. Ese año sólo hubo dos subas que no superaron cada una el 5%, según Bodegas de Argentina.

Pero en noviembre del 2020, algunas líneas de vinos salieron de ese congelamiento de precios. Allí está una de las razones de la escalada. Las otras deben buscarse en una cosecha de menor rendimiento por cuestiones climáticas, el aumento de los insumos y la inflación general.

Aún con esta suba de precios, los vinos argentinos a valores internacionales siguen siendo económicos. Basta comparar con etiquetas de calidades similares en los principales países productores de Europa y Estados Unidos.

Por ejemplo, el Rutini Single Vineyard Malbec 2017 (Valle de Uco) cuesta 4.201 pesos (21 dólares blue) y acaba de consagrarse como el único vino de Sudamérica en conseguir un Wine Trophy en el International Wine & Spirits Competition (IWSC), en Londres. El vino del enólogo Mariano Di Paola obtuvo 95 puntos, mismo puntaje que el español La Rioja Alta Viña Ardanza Reserva 2015 (Rioja) que cuesta 29 dólares.

El precio del vino se define por la calidad de la uva, el proceso de estiba (guarda en bodega), el tipo de barrica, el corcho o tapa a rosca, y el packaging que incluye envase, etiqueta, cápsula y presentación. Como todo producto de lujo, son muchos los componentes nacionales e importados que influyen en su precio.

Y hay un aspecto que es fundamental y está relacionado con el tiempo: los años del viñedo y cuánto hay que esperar para producir uvas de calidad y, también, el tiempo de guarda antes de beberlo. Los vinos de guarda (que reposan en la bodega tres o cuatro años antes de salir al mercado) son más caros que los vinos nuevos que salen a la venta el mismo año de la cosecha o el siguiente.

Los vinos económicos tienen menor inversión en el viñedo y en el proceso de fermentación. En cuanto a la rentabilidad, los vinos de menor precio deben producir un volumen mayor para obtener ganancias. En cambio, las pequeñas partidas de parcelas elegidas, tienen chances de obtener mayor rentabilidad por botella.

El proceso enológico impacta en el precio del vino, dice el bodeguero Guillermo Altieri: “Al tener menos producción por hectárea y mayor concentración de uva, hace que tengamos costos de materia prima muy diferentes. Y al hacer vinos complejos con guarda (como el reserva o gran reserva) y un añejamiento en barrica de roble o en botella, los costos se elevan mucho“.

Más allá de la botella

Una vez elaborado el vino, pesa fuerte el costo del packaging, el marketing y la comercialización.

La cantidad y variedad de etiquetas exige cada vez más de creatividad, de innovación tecnológica y de seguir las tendencias del consumo (como vinos orgánicos o poca madera) para acertar en la preferencia de los consumidores.

Sobre la base de consultas a productores y enólogos, las variables que definen el costo de producir una botella de vino pueden repartirse en los siguientes porcentajes: vino (29%); costos fijos, como electricidad, mano de obra y mantenimiento de bodega (25%); botella (15%); corchos (7%); etiqueta (6%); embotellado (5%); flete interno (4%); cajas de cartón (4%), cápsulas (2%), etiquetado (1%), almacenamiento depósito (1%), y tasa fiscalización INV (1%).

El presidente del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), Martín Hinojosa, diferenció entre vinos nuevos y los de guarda. “La uva, los insumos de elaboración, como levaduras, la mano de obra especializada, la barrica y los costos financieros de tener un activo inmovilizado varios años, influyen en los vinos de guarda frente a los vinos del año en curso”, explica.

En cuanto al proceso de envasado, Hinojosa dice que uno de los mayores costos son la botella, cápsulas, corchos y etiquetas, cartón para embalaje y fletes de despacho al consumo. Aparte, están los costos de promoción comercial.

Guillermo Altieri, propietario de la la fábrica de cápsulas Victorio Altieri y Cía, explicó que, en el caso de los marcas más económicas, el vino es menos costoso y el peso de los insumos secos influyen más.  

La fábrica Altieri trabaja en el proceso del armado de cápsulas para botellas de vino, aceite de oliva, tapas de aluminio, bozales para espumosos y tapones sintéticos. “Muchos insumos, como las cápsulas (la lámina que viste al corcho y la boca de la botella) ahora se fabrican acá pero con precios dolarizados“, dice el dueño de la empresa.

Y Altieri aclara que es complicado sumar insumos importados, como tapones y cápsulas de estaño de origen europeo, porque las bodegas deben sujetarse a las logísticas de las navieras y a veces los insumos no llegan a tiempo para lanzar un vino.

La mayor parte de los componentes que intervienen en el vino son nacionales. La excepción son corchos, barricas, levaduras y, en algunos casos, algún tipo de botella, destinada a mercados muy específicos.

El vino que se produce en argentina es el 99% de lo que se consume. No es necesario importar vino, en muy pocas ocasiones hizo falta hacerlo.

El consumo interno es aproximadamente el 75% de lo que se produce y el 25% se exporta, según datos del INV, que es el encargado de controlar la genuinidad del vino y sus alcoholes.

Cerca del 20% anual de las uvas se las utiliza para producir jugo de uva concentrado, que se exporta casi el 100% ya que no hay consumo en el país de estos mostos. Argentina es el primer exportador mundial de jugo de uva concentrado.

Faltan botellas

“Las botellas no eran tan críticas como hasta hoy, que ha comenzado a ser complicado. Las cajas de cartón aumentaron más que la inflación”, dice Jorge Crotta, gerente de administración de bodega Manos Negras.

La falta de botellas tiene dos orígenes. Por una lado, hay un cambio de hábito de consumo, el consumo en botella y botellón viene creciendo anualmente sobre otros envases, lo que genera un desfasaje entre el consumo y la cantidad de vidrios que se fabrica en el país.

El otro motivo que impactó en la falta de vidrio fue el incendio de Verallia, el 19 de septiembre pasado, una de las empresas que abastece gran parte del vidrio a las bodegas.

El siniestro que dejó paralizada dos meses a la fábrica de vidrio, ocurrió  cuando Verallia había anunciado la construcción de un nuevo horno con una producción aproximada de 14 millones de botellas mensuales adicionales. Y también había generado buenas perspectivas que la empresa recuperada Cristal Avellaneda dijo que tiene previsto iniciar la fabricación de botellas en 2022. 

Según sostiene Hinojosa, la falta de botellas de vidrio es un problema global porque “no hay en el mundo la cantidad que necesitamos y, si lo conseguimos, tenemos el problema de la falta de transporte”. 

Cuestión de imagen

Cada profesional del diseño de etiquetas cotiza de forma diferente, aunque en Mendoza existe la Asociación de Diseñadores Adimza que establece valores promedios.

La etiqueta no es uno de los insumos más costosos porque un mismo diseño sirve para varias añadas. “Es un costo por una sola vez de un vino que podemos elaborarlo cuatro, cinco o más años con el mismo diseño de etiqueta y es uno de los aspectos más importantes para la elección de un vino en la góndola”, dice Alejandro Mejía, del estudio Mejía De Casas.

Los consumidores jóvenes, que prefieren los vinos nuevos y frescos, priorizan las etiquetas atractivas en su diseño, envase y packaging. 

“El costo de la etiqueta está sujeto a dos variables: la cantidad que se imprima (mayor cantidad baja el precio por unidad) y el costo del papel que ha tenido aumentos importantes“, apunta Altieri.

El prestigio alcanzado por el diseño de etiquetas en Argentina, impulsó a la Bolsa de Comercio de Mendoza a lanzar la edición aniversario del Concurso Nacional de Etiquetas de Vino, que le dará al ganador $ 200.000 y un viaje a España. Además, los consumidores podrán votar su etiqueta preferida a través de las las redes sociales @ConcursoEtiquetasBCM y la ganadora $ 100.000 del premio del público que otorga la Municipalidad mendocina.

Rentabilidad 

El negocio del vino tiene rentabilidades dispares porque depende de muchas variables, incluso la climática. A mayor producción de uva en el mercado, baja la rentabilidad del productor. Y, si hay poca uva, el precio aumenta.

Otra realidad que aumenta o disminuye la rentabilidad es la cosecha en el resto del mundo, si es muy grande hay menos expectativa por nuestros vinos y disminuye la exportación, lo que hace que los vinos no exportados presionen en el mercado local y haga que el precio que se paga a la uva al productor disminuya.

La competencia en el negocio de las bebidas es grande, el vino compite con aguas saborizadas, aguas naturales, las gaseosas y la cerveza.

“Hay que trabajar orgánicamente con la corporación vitivinícola, todas las entidades de bodegas y productores para aumentar el consumo responsable e innovar en envases y producto, donde los vinos orgánicos, los de bajo grado y los vinos cercanos envasados en botellones de 3 litros, las latas y las variaciones de vinos cócteles, van a potenciar un 2022 con mejores perspectivas para el 2023”, dice Hinojosa.

La consigna “Mientras más caro el vino, mejor”, está en discusión desde la mirada de los consumidores. Wine Folly, una reconocido portal estadounidense sobre vinos, sostiene en base a encuestas que los consumidores sin formación vinícola apenas detectan las diferencias de un vino caro y, en la ecuación calidad-precio, valoran más invertir en un vino medio. Y que son los bebedores experimentados los que están dispuestos a pagar y ponderan más el vino caro.  

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