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Una emotiva vigilia con ex combatientes que superó la grieta en Río Grande

Desde Río Grande

Por lo menos cuarenta veces Oscar Sala pensó en lo mismo. Pero ahora, cuando la temperatura en Río Grande alcanza los tres grados bajo cero y al veterano se le llenan los ojos de lágrimas, parece que lo estuviera recordando por primera vez: habla del abrazo que le dio su mamá, lo primero que hizo cuando volvió de la guerra, “después de 74 días sin hablar con ella”. El testimonio del marino que peleó en las Islas es estremecedor pero no es único.

Hay, por lo menos, 300 historias iguales o muy parecidas, todas paradas en posición de saludo militar y con el uniforme alrededor suyo. Van a ser las doce de la noche del viernes 1° de abril en Tierra del Fuego y la vigilia por Malvinas está por comenzar.

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El acto es el más grande de todos los homenajes que se hacen en el país. Arrancó en 1995 con un puñado de ex combatientes que vivían en la ciudad y hoy mueve multitudes. Además de los veteranos hay miles de personas sobre la avenida.

Héroes de Malvinas, en la orilla que da al océano Atlántico

“Vine porque hoy es un día de orgullo y honor, para honrar a los combatientes”, cuenta Juan, de 19 años, que vive en el pueblo cercano de San Sebastián. Como él, que para el 2 de abril de 1982 estaba lejos de haber nacido, hay cientos. A Gabriela, de 25 años y ríograndense, no le sorprende. “Es que acá, en Tierra del Fuego, Malvinas es parte nuestra, de nuestra historia”.

Menos llamativo es el caso de los que estaban vivos cuando comenzó la guerra. Todos guardan un recuerdo. Jorge Taiana, ministro de Defensa, se acuerda de que, detenido por la dictadura en el penal de Rawson, en Chubut, contaba desde la ventana de su celda cuántos aviones argentinos iban hasta la Isla y cuántos volvían, como quien sigue un partido de fútbol escuchando solo los goles. Leandro Santoro, diputado, tiene muy frescas las colectas de ropa y materiales que organizaban en su escuela primaria en Boedo. Martín Pérez, el intendente camporista local, cuenta las corridas que hacían sus padres, durante las noches de la guerra, para apagar las luces de la casa para, por las dudas, no ser un blanco fácil para los ingleses. Rogelio Frigerio habla de su homónimo abuelo, que junto a Arturo Frondizi habían sido de los pocos políticos que se plantaron contra “la locura de Galtieri”, y que por eso tuvieron que pasar días duros mientras duró el conflicto. En esta noche fría y sin grieta –están también el gobernador jujeño Gerardo Morales, el secretario de Malvinas Guillermo Carmona, el senador Julio Cobos y Juan Paleo, el jefe del Estado Mayor del Conjunto de las Fuerzas Armadas, entre otros– todos piensan en Malvinas. “Tenemos que trabajar todos para mantener viva la causa, esa es la mejor forma de honrar a los que combatieron”, dice el ministro Daniel Filmus, mientras los veteranos se acomodan sobre la tarima y se aprestan a cantar el himno nacional.

A las doce de la noche, en punto, suena una sirena que calla a la ciudad, la que más cerca del continente está de las Islas. Todos los ojos se van hacia el mar: a 600 kilómetros, en algún rincón no tan lejano, la están escuchando las Malvinas.

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