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De Córdoba a El Congo para que se les reconozca la dignidad a las mujeres

Movida por su fe, Luisina Crespo, a sus 35 años, lleva cinco en el país africano liderando una ONG que las contiene y capacita.

Desde hace décadas la República Democrática de Congo está envuelta en una crisis humanitaria donde los conflictos étnicos y tribales y la explotación de sus riquezas minerales la mantienen en combates permanentes. Las consecuencias son el hambre, la falta de educación, las enfermedades y la cantidad de niños huérfanos que sobreviven en orfanatos o campamentos, especialmente mujeres, que al cumplir 18 años deben abandonarlos y quedan desamparadas. La educación y la salud no están asumidos como derechos y muchas veces al no ser gratuitos llegan a los médicos cuando ya las enfermedades están muy avanzadas, de ahí también el alto índice de mortalidad.

Esta realidad hizo que hace unos días, en la visita que realizó el papa Francisco a África con la esperanza de que su presencia y palabra instara a pacificar el país y lograra cierta reconciliación, denunciara la explotación, llamando a reforzar los procesos de paz y abogar por una educación y sanidad inclusiva.

A pesar de que es el país africano con más católicos del continente (52 millones sobre una población de 105 millones), coexisten creencias tribales muy arraigadas tanto en hombres como en mujeres. A ello se le suma la inestabilidad política con enfrentamientos militares, guerras civiles y las guerrillas que desde hace años no cesan de azotar a sus habitantes.

La ONG de Luisina tiene un nombre que define claramente su espíritu: “Creer en ellas”.

En ese contexto de desprotección, en Kinshasa, la capital y ciudad más poblada de la república congoleña, despliega su vida voluntaria y misionera Luisina Castro, una joven de 35 años, oriunda de la localidad cordobesa de Casals, quien redescubrió su fe una noche, a los 17 años, en una charla con un anciano en situación de calle. Claro que en ese momento no imaginó que ese encuentro la llevaría a convertir la misión en su forma de vida.

Desde pequeña estuvo involucrada en proyectos solidarios. Asistía a un colegio religioso y en la adolescencia colaboraba en un comedor comunitario dando apoyo escolar y sumándose a cuantas cruzadas solidarias hubiera asistiendo a comunidades postergadas. Pero cuando a los 15 años muere su padre, tiene una crisis de fe. Se enoja con Dios, lo culpa de todo lo malo que sucede en su vida, se aleja de la Iglesia, aunque no deja su actividad solidaria.

Cuando finaliza la secundaria y se muda a la ciudad de Córdoba para continuar sus estudios conoce a un grupo universitario católico que asistía a personas en situación de calle. No compartía su fe, ella se consideraba atea. Pero su afán por ayudar a quien la necesitara la hizo unirse a ellos.

Luisina procura brindar una atención integral con ayuda de voluntarias.

Una noche, en un encuentro con un anciano que le habla de sus dolores y durezas, siente por primera vez que Jesús estaba allí. “Fue muy conmovedor –recuerda-, no paraba de llorar. Encontré en ese grupo a una iglesia que camina con Jesús al lado, distinta de la que yo renegaba, y comencé un proceso de discernimiento y formación con los misioneros claretianos”.

Ese proceso la llevó, con 23 años, a hacer su primera misión en Costa de Marfil, África. Luego vivió un año en Haití, conviviendo con poblaciones en situación de vulnerabilidad y pobreza extrema, hasta que en 2017 tomó la decisión de volver a África, pero esta vez con un proyecto de vida personal como misionera y voluntaria que hoy, asegura, es lo que le da sentido a su vida y la hace feliz.

“Cuando llegué fui a un orfanato que alberga a unos 500 niños y niñas a hacer un poco de todo, ponerme al servicio. Pero después de varios años de trabajar en el orfanato, sobre todo con las mujercitas y adolescentes, fui descubriendo situaciones que les sucedían particularmente por ser mujeres, entonces me surgió la inquietud de qué se podía hacer para ayudarlas a estar un poquito mejor”, dice.

La promoción de la autoestima en una sociedad muy machista es uno de los objetivos.

Fue entonces que diseñó un proyecto de reinserción social con capacitación y acompañamiento psicológico que les permitiera tener recursos a la hora de salir de los orfanatos. Así surgió la Ong “Creer en Ellas” que integra junto a cinco mujeres argentinas y españolas (la única que vive en el Congo es Luisina).

La realidad de las mujeres congoleñas hace que ni siquiera ellas mismas puedan reconocer el valor y poder que tienen, porque existe una creencia cultural muy arraigada en que la mujer es inferior al hombre. De hecho, cuenta la joven, “el hombre todavía paga una dote a la familia de la mujer para casarse con ella, es decir que de alguna manera la está comprando, y después del casamiento pasa a ser de su propiedad y es el marido quien decide todo sobre la vida de la mujer”.

A eso se suma la violencia sexual y física dentro de los matrimonios y las familias. Violencia y abusos tan naturalizados que están permitidos.

Luisina dice que Dios quiere que ella este hoy en El Congo, pero que mañana su voluntad sea que esté en otro país.

Aunque Luisina opina que la modernidad ayuda a que las cosas vayan cambiando lentamente, “es un trabajo largo y continuo de motivación y autovaloración, pero una vez que ellas se ven capaces, empiezan a caminar de otra manera y a tener consciencia de que el mundo es diferente”. De allí el lema que identifica a la ONG: “Cree en ellas y serán capaces de todo”.

“En este proceso lo importante es hacerlas fuertes y acompañarlas para que no estén solas –señala-, porque la desigualdad socioeconómica habitualmente es un factor de doble exclusión para las mujeres. Las que pertenecen a una clase social con mejor poder adquisitivo van ganando más terreno y conquistando algunos derechos, pero las que viven en contextos más vulnerables están mucho más desamparadas”.

En la actualidad se encuentra en Córdoba con Nicole, una joven congoleña a la que acompaña hace tiempo para que continúe con su formación. La joven es costurera y quiere formarse en diseño de moda, corte y confección y también en pastelería y repostería. “La sociedad congolesa es bastante difícil y violenta como para enfrentarla sin conocimiento”, afirma Luisina.

Luisina asegura que es Dios quien la impulsa a lanzarse a estos proyectos: “No soy yo, sino su Espíritu el que me mueve. Ahora estoy comprometida con este proyecto –declara-, pero soy realista, porque el Congo va marcando qué se puede, que no y hasta dónde. Yo soy misionera, por lo tanto no descarto que en algún momento Dios y la vida me lleven a otra ciudad”.

María Montero, especial para Clarín

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