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El legado siempre vigente de Atahualpa Yupanqui

El arriero, Los ejes de mi carreta, Guitarra, dímelo tú, Duerme duerme, negrito. Apenas cuatro títulos (entre más de 300). Pero cuatro clásicos inoxidables del folclore argentino. Y un denominador común: Atahualpa Yupanqui.

El hombre que las vivió, escribió y cantó. Raíz y tronco del folclore argentino, Héctor Chavero (Atahualpa Yupanqui para el mundo), nacía hace ya 115 años. Acá lo recordamos a través de la pluma siempre lúcida de nuestro compañero ya fallecido, el crítico musical Federico Monjeau.

“Francia había sido una especie de segunda patria de Yupanqui desde su primer viaje de 1948, fruto del apetito universalista y la persecución peronista. París lo recibió cálidamente; en casa del poeta Paul Eluard conoció a Edith Piaf, quien lo invitó a cerrar un recital suyo en el teatro Athénée.

Don Ata, la guitarra y, abajo, el Sena parisino. Allí lo conoció el mundo.

Y además sería francesa, aunque nacida en Canadá, la mujer de su vida: la pianista clásica Antoinette Paule Pepin, Nenette, quien con el seudónimo de Pablo del Cerro firmó en colaboración composiciones tan perfectas como El alazán, Chacarera de las piedras y Guitarra dímelo tú . Pero Yupanqui y Nenette no se conocieron en Francia, sino en Tucumán en 1942, en ocasión de un concierto de ella.

Primero, el violín

Yupanqui nació con el nombre de Héctor Roberto Chavero el 31 de enero de 1908 en Campo de la Cruz, una posta de la provincia de Buenos Aires. Sus primeros estudios musicales consistieron en dos años de violín con el padre Rosaenz.

Luego conoció a su gran maestro de guitarra, Bautista Almirón, quien lo acercó al repertorio clásico por medio de piezas de Tárrega y transcripciones de Scarlatti, Bach, Mozart y otros.

Un estilo único

Ese repertorio y las milongas y canciones de los paisanos proporcionaron el modelo de su estilo único, que avanzó en la sola dirección de un ascetismo perfeccionista, sordo a las modas y al nuevo cancionero de los años ‘60. Sobre aquellos grupos vocales incluso ironizó con un comentario muy famoso: “Uno canta y los otros le hacen burla”.

Fue la gran Edith Piaf, nada menos, quien le abrió las puertas de París.

Cantaran lo que cantaran, hicieran lo que hicieran, cuatro voces eran seguramente una enormidad para Yupanqui. El hizo de la soledad un principio musical y poético. Sus canciones hablan del camino, del tránsito, de la intemperie. Siempre se mantuvo alejado de las “cinturas cósmicas” y el expansionismo metafórico.

Junto a su mujer, la pianista clásica “Nenette”, canadiense nacionalizada francesa.

Sus imágenes son menos demagógicas, más secas, más verdaderas; y tal vez más trágicas, ya que el amor por la naturaleza que experimenta el solitario es profundamente irrecíproco. No hay nada más indiferente al sentimiento humano que el paisaje.

Sus dos bienes más preciados fueron la guitarra y el caballo. Difícilmente alguien haya hablado del caballo de modo tan conmovedor.

El alazán , “cinta de fuego”, es acaso el ejemplo más sublime, pero no el único. En El tordillo el recitante nombra el árbol plantado sobre la tumba del animal que salvó del frigorífico: “Una sombra pa’ la sombra del recuerdo de un amigo”.

Atahualpa Yupanqui y Ariel Ramirez en los pasillos de Radio Nacional. Foto Cecilia Profetico

Músico, poeta e intérprete​

Yupanqui fue un virtuoso como músico, poeta e intérprete. Fue un guitarrista exquisito; sin la proyección casi orquestal de la guitarra de Eduardo Falú, pero no menos sutil. Transitaba por un zona más acotada del registro (medio-agudo), en paralelo con una voz no demasiado resonante.

Tenía una manera única de acelerar un poco la frase, y no hubo un vibrato (ese pequeño “temblor” que se obtiene por medio de una oscilación de la yema sobre la cuerda y el traste de la guitarra) tan expresivo y justo como el suyo.

Yupanqui expresa un ideario conservador. Murió el mismo año que Astor Piazzolla y eso ha llevado a ciertos paralelismos. Son paralelos literalmente, en el sentido de que no se tocan. Si Yupanqui es el conservador, Piazzolla es el revolucionario, pero antes de las diferencias estéticas están las del oficio.

El factor Piazzolla

Piazzolla es un músico en un sentido muy distinto al de Yupanqui, como en general ocurre con los músicos del tango y el folclore: los primeros son más técnicos, lo que desde ya no implica la superioridad de un género sobre otro.

Y si la revolución de Piazzolla fue tan poderosa que no hubo músico que quedase libre de su influencia, el encapsulado y solitario arte de Yupanqui se cerró con él. No dejó herederos. Su epigramático ascetismo hoy nos parece una forma de expresión más japonesa que propiamente local.

Y de su veneración por Japón el maestro dejó varios testimonios, como ese verso que dice, a modo de sobria despedida: “Vuelvo a la sombra de los viejos algarrobos, llevándome un tímido botón de tus cerezos”.

Don Ata según la mano del dibujante Andrés Cormack.

La Piaf, encuentro definitivo

“Amigo, te quiero mucho”, saludaba Edith Piaf, con naturalidad y en un español chapucero cada vez que pisaba tierra americana. No era un chamuyo sino un aprendizaje adquirido gracias a su encuentro con Atahualpa Yupanqui en 1950 y, sobre todo, al diccionario francés-español que la acompañó desde 1955, cuando llegó a México por primera vez.

Recorte del diario francés con la actuación de Edith Piaf y Atahualpa Yupanqui.

Posiblemente por su historia de sacrificios y privaciones, la Môme Edith, fue antes que nada una artista sensible y generosa, dispuesta a ayudar a sus colegas desconocidos o necesitados, ofreciéndoles un lugar a su lado en sus conciertos. Esto lo supo bien nuestro Atahualpa.

Se conocieron en el verano de 1950 en París. Atahualpa, había llegado a Europa en agosto de 1949 proveniente de Uruguay donde había decidido exiliarse en mayo, censurado y prohibido por el peronismo. Luego de brindar recitales por Europa del Este, Hungría, Checoslovaquia, Rumania y Bulgaria, el 31 de mayo recaló en París.

Edith Piaf vio el talento de Yupanqui y lo irradió por Francia.

Allí conoció a los poetas franceses Louis Aragon y Paul Eluard, dos personas fundamentales en el cambio de rumbo de su carrera artística.

En ese momento la realidad de Yupanqui era dura, ya sin fechas previstas más que una serie de conciertos organizados por entidades relacionadas con el Partido Comunista. Pernoctaba en un hotel de mala muerte del Barrio Latino, “un hotelucho de pulgas numeradas”, como él mismo definía.

El 24 de junio de 1950 ofreció su primer concierto en París, en la “Maison de La Pensée Française”, y entre el público además de Aragón y Eluard, estaba Elsa Triolet; famosa escritora ruso-francesa que escribió un elogioso artículo en el diario Les Letres Francaises.

“París tiene que escucharte…”

La semana siguiente Yupanqui se presentó en Sala Pleyel, Maison du Peuple de Lens y Congreso de la FMP (“Federación Musical Popular”) en el Ayuntamiento de Saint-Denis. Esos shows precedieron al gran encuentro de su vida, generado por Eluard quien un día le dijo: “Esta noche ven con tu guitarra, te voy a dar una sorpresa”.

Y efectivamente lo fue. Atahualpa no pudo disimular su asombro cuando vio entrar al departamento del poeta a Edith Piaf. Ella lo escuchó extasiada, y deslumbrada por su arte le preguntó:

-¿Dónde trabajas?

-En ninguna parte, ya me voy, ya me voy a mi país.

-No puedes irte a la Argentina antes que París te haya escuchado. No, París tiene que escucharte. Ven mañana a las 8 al Athenée con tu guitarra. Te mandaré un auto al hotel.

Más que una súplica aquello pareció una imposición, porque así era ella.

Sin más, se encargó de la difusión del recital. En el diario Les Lettres Francaises del 29 de junio de 1950, N°318, Pág. 1, salió publicado el anuncio del concierto. “Edith Piaf cantará para ti y para el gran guitarrista y folklorista argentino Atahualpa Yupanqui”. Es llamativo comprobar que el nombre de Don Ata estaba escrito con letra levemente más grande que el de su anfitriona.

La primera noche

El 7 de julio de 1950 a las nueve de la noche ambos artistas compartieron escenario en el Teatro Athénée: Piaf con Yupanqui. Ella cantó esa noche más de veinte canciones, luego lo tomó de la mano y lo anunció ante su público: “Les presento a Atahualpa Yupanqui, un músico de mucho talento, a quien dejo cerrar el espectáculo. Quiero que lo escuchen como lo merece”.

Las zambas, las milongas y la poesía de Yupanqui conmovieron al público parisino y gracias a Edith el de Pergamino no solo prolongó su estadía en Francia, sino que firmó su primer contrato con el sello discográfico Chant du Monde. Con ellos publicó el elepé Minero soy, y recibió de la Academia Charles Cros el Primer Premio al Disco Extranjero.

Ese mismo año ofreció más de sesenta recitales en ese país, consolidando los cimientos de su carrera internacional.

Por aquel tiempo, Piaf también ayudó a lanzar la carrera de Charles Aznavour, grabó algunas de sus canciones, lo llevó con ella de gira por Francia y Estados Unidos y lo convirtió en su secretario, chofer, confidente y se cuenta que algo más… Pero esa es otra historia.

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