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Tres especies en Bahía de los Lobos

La llegada definitiva del calorcito tras un período de fuertes inestabilidades climáticas motiva hacia quienes hacemos periodismo de pesca una consulta recurrente y no siempre fácil de responder: ¿Dónde puedo ir a tirar la caña de orilla en un lugar digno para visitar con la familia? Esa inquietud suele venir acompañada de otra premisa que complica aún más la posible respuesta: “… y que no quede tan lejos”, agregan mayormente quienes viven en grandes centros urbanos y no acostumbran a recorrer grandes distancias. Estas líneas son no solo un intento de responder estas inquietudes sino también un desafío personal que nos hemos propuesto junto a mi compañero en esta aventura, Javier Hermann: lograr el grand slam lagunero compuesto por pejerreyes, carpas y tarariras.

Tras analizar varias posibilidades y pesqueros nos decidimos por Bahía de Lobos, un camping situado en una pronunciada bahía de este popular pesquero (a solo 115 km de C.A.B.A.) con un par de kilómetros de costa parquizada. El ámbito ofrece muchas variantes de pesca familiar, dado que buena parte de sus orillas están protegidas por pequeñas cercas vegetales, hay un muelle particular en “T” que permite ganar unos metros a la costa y buscar pejes dejando derivar las líneas, zonas de juncales y una pequeña islita a modo de península en donde decidimos hacer base.

Ciertamente, la tarea exploratoria de este particular pesquero la venía realizando desde hace meses un “pasajero frecuente” de este lugar, nuestro amigo Angel Derviche, quien lleva casi semanalmente a su hijo preadolescente, Siro, a practicar la pesca orillera aquí. Sus fotos de pejerreyes, carpas y las noticias de recientes cortes de tararira que se prendían en las mojarras destinadas al pejerrey, fueron clave en que decidiéramos relevar el lugar.

Como estamos en veda, la pesca debía hacerse solamente sábados y domingos. Por eso quisimos llegar a primera hora, para poder elegir lugar, aventurando una demanda importante. Nada de eso ocurrió, acaso porque el día elegido para la visita amaneció gris y con amenaza de lluvia. Lo cierto es que, tras levantar mojarras en la ruta y proveernos de una carpa para hacer filet, a las 8 puntualmente (hora en que abre el camping los fines de semana) estábamos en la puerta del lugar, al que se entra por un desvío en Salvador María del Carril antes de llegar a la laguna por el camino que la conecta con la Ruta 205. Son apenas 700 metros de un ripio bien asentado hasta el ingreso al pesquero.

Como dijimos, apostamos a lograr tres especies emblemáticas. Por eso pusimos en espera cañas destinadas a las carpas, en las que probamos masas dulces y picantes, y mientras tanto buscábamos pejerreyes con varas de 4 m en mano y líneas clásicas de tres boyas, encarnadas en principio con mojarras chicas (en anzuelos Nº 4, para un peje de boca chica).

Algunos inconvenientes

La primera dificultad que se nos presentó, en un contexto de laguna bajísima, fue el viento de frente, que impedía cualquier garete y nos traía los flotadores hacia la orilla. Entonces reemplazamos los punteros clásicos por otros de goma maciza, de hasta 60 gramos, que no solo permitían lejanos lances contra el viento, sino que al trabajar semi sumergidos hacían mover las líneas de forma lenta, dándoles más tiempo en aguas de 25 a 40 cm, que era donde aspirábamos a pescar.

El primer pique entusiasmó por su llevada decidida, pero enseguida al clavar noté que del otro lado había un gladiador con fuerza muy superior a cualquier peje. Se trató de un hermoso bagre blanco, de 1,5 kg. Al no tener profundidad para hundir la boya, la desplazó de costado cual flecha de plata.

Tras un compás de espera sin respuestas y un cielo que empezaba a chispear, mi compañero decidió hacer uso de un copo de mango largo para buscar una carnada muy efectiva que no puede comprarse en ningún puesto y hay que proveerse en los lugares de pesca: el camaroncito de agua dulce. Tras 15 minutos de colar agua el entusiasta Javier llenó un vaso con este insumo movedizo y transparente, vital en la cadena alimenticia de los peces que pueblan lobos. De hecho, copeando camarones, Javier movió un par de carpas grandes –que evidentemente se hallaban alimentándose de estos crustáceos pegaditas a la orilla– y, también, viejas del agua.

Ya con camarones sumados al arsenal de cebos que habíamos llevado, encarnamos un par de anzuelos en cada línea de pejerrey. Javier, que se lo merecía por haber buscado esta carnada, tuvo el primer pique. Pero, como en mi caso, vimos rápidamente que no se trataba de un peje, sino de un Goliat endemoniado que no quería arrimarse a la orilla: una carpa de unos 3 kilos. Finalmente, logramos izarla valiéndonos de un copo.  Segunda figurita del álbum completada: bagre y carpa.

Sabiendo que de orilla y con viento de frente en algún momento el pejerrey tenía que arrimar, decidimos hacerle el aguante en esa islita ubicada al costado izquierdo de las cabañas. Y acertamos en la intuición. Al mediodía empezamos a tener suerte con las flechas de plata, tras cambiar un elemento en la técnica de pesca: retiramos el puntero, pusimos en su lugar una plomadita de 25 gramos y con ello lográbamos lances un poco más distantes y que la línea trabajara retenida en el lugar, sin venírsenos encima. La profundidad de apenas 40 cm existente en donde caían los aparejos hacía que las tres boyas quedaran trabajando perfectamente en superficie. El pejerrey sobrealimentado de la laguna no siempre es amigo de andar cazando algo que se le va moviendo, y a veces prefiere un bocado al paso, detenido y tentador. Así, fuimos logrando piezas de 25 a 30 cm, robustas y peleadoras, de un pejerrey bien alimentado, con lomos gruesos y, afortunadamente, ya desovados.

La tercera especie del día estaba lograda, pero aún faltaba, como en todo álbum, la figurita difícil: la tararira. En un año signado por el fenómeno de La Niña, con escasez de agua y heladas que mataron muchos ejemplares, encontrar tarariras palustres va a ser un desafío no fácil de lograr. En esa convicción Javier apostó un par de cañas con línea de flote y boyas tarucheras, en un juncal que estaba a unos 100 metros. El tamaño de los flotadores y sus vivos colores flúo nos permitían verlas a distancia. Un generoso filet de carpa, coloreada de rojo con colorante de repostería, pendía de cada anzuelo. Era cuestión de esperar. Si había alguna tarucha en la zona, tenía que estar allí.

Mientras, en la islita donde hicimos base, empezaron a arquearse las cañas destinadas a  las carpas. La tarea de tirar una y otra vez en la misma zona, con la consecuente ceba que produce ir dejando pelotas de masa distribuidas en pocos metros cuadrados, comenzaba a hacer efecto.

Tarariras al acecho

El primer pique ocurrió de un modo anormal: mientras recogía una línea de pejerrey veo que traigo un multifilamento totalmente cruzado. Pensando que era una línea suelta, trato de que no se salga del anzuelo de pejerrey para lograr extraer este elemento de la laguna, cuando veo que se tensa y dispara hacia el medio. Automáticamente miro hacia la zona donde pusimos las cañas carperas y veo que una está totalmente floja. Salgo disparado hacia ella, gano los metros flojos y Javier logra desenganchar el anzuelo de peje del multi carpero. Ya con la línea liberada, la pelea fue pareja: se trataba de un carpón de unos 5 kilos que al arrimarse a la costa quedaba varado, por lo que recuperaba energías en el apoyo en el barro y volvía a dispararse hacia adentro. Logre correr la pelea unos 20 metros hasta una zona un poco más profunda y entonces pude arrimarla. El copo certero de Javier hizo el resto. Segundos después,  saltaba en el pasto complicándonos un poco el desanzuelado antes de regalarnos las fotos de rigor y volver a su medio.

El tiempo empezaba a complicarse y si bien estábamos satisfechos con las capturas logradas, a las que sumamos un par de pejes y carpas más, ya nos empezábamos a resignar pensando en que el objetivo tararira no iba a formar parte del álbum. Sin embargo, ocurrió el milagro: una de las boyas sencillamente había desaparecido. Javier entró al agua, mojándose hasta las rodillas, ganando palmo a palmo hilo en el carretel, hasta que vio que la línea estaba metida entre los juncos. ¿Estaría la tarucha? Estaba. Cansada, pero entregando sus últimos saltos y corridas, finalmente salió la figurita difícil.

Misión cumplida. El Grand Slam tuvo yapa. A los pejerreyes, carpas y la tarucha, le sumamos un gran bagre blanco. Haciendo realidad eso que una vez me dijo un viejo pescador: a Lobitos siempre le tenemos fe, aunque sabemos que esta laguna es como el monedero de una madre: quizás no obtengamos todo lo que nos gustaría pero siempre algo nos va a dar.

Carnadas clave

Mapa de la zona

  • Es vital presentar bien un buen cebo, sobre todo en una laguna difícil donde cada detalle cuenta. Si vamos a usar camarón, tanto para pejerreyes como para carpas, usaremos anzuelos finos (que no los rompen tanto) y pasaremos los mismos de cabeza a cola, presentando de 3 a 5 camarones por encarne.
  • En cuanto a las mojarras, las encarnamos por la monedita, esa manchita al principio de la cola, sacando la lanceta del anzuelo antes de llegar a la cavidad ventral. Esto las presenta mirando hacia abajo y facilitando su engullido por el pejerrey, al tiempo que deja lapunta del anzuelo liberada para la clavada.
  • Acceso y camping: entrando por el camino a la laguna, antes de llegar a la zona de campings desviamos a la derecha en Salvador María del Carril y en pocas cuadras, tras pasar un puentecito veremos el cartel que indica el acceso al pesquero, tras recorrer 700 metros. Allí no se permite escuchar música, se alquilan kayaks y bicicletas, hay baños limpios con ducha, parrillas, proveeduría y restaurante, frondosa arboleda, muelle de pesca, canchas de fútbol y vóley, alquiler de cabañas totalmente equipadas (con Wi-Fi y acceso a pileta) y parcelas para motorhome. Tel: 2227-537708 y web bahiadeloslobos.com
  • Carnadas: se consiguen buenas mojarras, masa y filet de carpa, sabalitos y dientudo en El Grillo, el puesto de Mauro situado en el Km 108,5 de la Ruta 205.  Tel.: 2227-463687.
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