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Ricky Martin en el Movistar Arena: Fans enardecidas, una sinfónica de alto vuelo y un cantante con sustancia

Con un contundente concierto en el que fusionó un sinfín de hits entre lo sinfónico y lo eléctrico, la mega estrella puertorriqueña Ricky Martin abrazó de manera simbólica a su fiel público argentino en el primero de sus tres shows en el estadio Movistar Arena porteño.

Diez mil personas agotaron la fecha que se agregó casi a último momento para lo que fue su esperado regreso a suelo argentino tras dos años sin visitar el país y luego de la pandemia.

Diez mil personas agotaron la fecha que se agregó casi a último momento para lo que fue el esperado regreso de Ricky Martin a suelo argentino tras dos años sin visitar el país y luego de la pandemia.

Apenas finalizada su visita a Bogotá, el cantante boricua arribó a Ezeiza en un avión privado, mientras que sus fanáticas lo esperaban con ansiedad en las inmediaciones del Four Seasons, el afamado hotel de Retiro.

Ricky Martin hizo todos sus hits en el Movistar Arena y también estrenó un tema. Foto Germán García Adrasti

Acerca de la primera velada

Pasan las décadas y sigue pareciendo de película el romance intacto entre Ricky Martin y sus simpatizantes locales. Vale decir que desde siempre quienes lo admiran de manera obnubilada son mujeres: se trata de un público femenino que ronda los cuarenta años.

Aunque algo notable sucedió en el recital de anoche: muchas madres encontraron en sus hijas a las compinches ideales para desatar su euforia e incluso piropear a gritos pelados a su ídolo sin prurito alguno.

Cabellos alisados con planchitas, tacos altos, mucho rouge y perfumes variados formaron parte del panorama general del estadio tanto en sus pasillos como en su interior, cuando aún Nahuel Pennisi, el cantante y guitarrista argentino no vidente, finalizaba un corto set como telonero invitado por Ricky.

Minutos más tarde, la impaciencia se adueñó de las fanáticas, que coreaban el nombre de su histórico ídolo sin cesar, mientras que la mayoría, con sus celulares en mano y en lo alto, se preparaban de manera impaciente para filmar la aparición del astro convocante.

Con la espalda bien cubierta

Habían pasado tan solo siete minutos de las nueve y media de la noche. De pronto, se apagaron las luces y se encendieron las del escenario. Todo quedó teñido de color azul.

Entre el humo lindante se alistó, en ambos costados del escenario, la banda estable del cantante: batería, guitarras, bajo, corista varón y un teclado estaban de un lado. Del otro, la percusión, otro de los tecladistas y los tres instrumentos de bronces, que fueron grandes protagonistas entre los músicos de siempre del artista convocante.

Ricky Martin dio un concierto en el que combinó lo eléctrico de su banda y lo acústico de la orquesta. Foto Germán García Adrasti

Aunque la gran sorpresa la otorgó la aparición de la orquesta sinfónica en el centro trasero, con cincuenta y dos músicos argentinos y la dirección de Ezequiel Silberstein, destacada eminencia musical del Teatro Colón.

Acomodarse y realizar un ensamble sonoro entre lo eléctrico y los antiguos instrumentos de cuerdas significó el preámbulo de lo que sucedería durante gran parte del recital. La imagen del astro ya había desparecido de los dos leds de ambos costados del escenario y su silueta real y atlética ya era veraz.

De pronto Ricky se plantó en el centro de la escena agarrando bien fuerte con una de sus manos el micrófono y con la otra la pata que lo sostenía.

Lo sucedido en el arranque del espectáculo fue una constante a lo largo de la hora y media aproximada que duró el concierto. El clamor femenino fue tan elevado que por momentos generó lo imprevisible: superó al sonido de la música e incluso a la voz del propio Ricky Martin.

En el principio, fue el baile

El vocalista que nació en Puerto Rico hace cincuenta años, de pronto irrumpió con una marcada actitud sobre tablas: se dispuso a bailar sin cesar y generar un vínculo seductor con sus alocadas simpatizantes a lo largo de las veinte canciones que eligió para conformar su lista de temas.

Ricky estaba vestido de riguroso negro: con pantalón y una camisa de mangas largas con botones en uno de sus costados. Sus zapatillas eran blancas y de suelas de goma altas. De amplia sonrisa, nunca se puso serio, ni las pocas veces que se detuvo para hablarle a su público.

Incondicional. El público de Ricky Martin, en el Movistar Arena. Foto Germán García Adrasti

Lo suyo era danzar, girar sobre su propio eje, mover sus brazos, entrelazarlos, zigzaguear su cadera una y otra vez. La coreografía fue una constante en cada canción. Así fue con Pégate, Volverás y Gracias por pensar.

Las gesticulaciones fueron su modo de complicidad con sus seguidores, hasta que tomó la palabra: “Buenas noches, Buenos Aires. ¡Cómo es que ustedes pueden ser tan maravillosos!”, exclamó.

Luego tomó aire entre tanto bullicio y prosiguió, mirando fijo a su público y con una marcada sonrisa en su rostro: “Pasamos por mucho, Buenos Aires. Gracias a los músicos de aquí, a la orquesta. Vinimos a pasarla bien, a cantar y a quitarnos la ropa. ¡Es que la pasamos tan bien aquí siempre! Aquí tiene lo mejor de mí. ¡Disfrútalo, Buenos Aires!”.

De inmediato, el ritmo fue protagonista con la canción La bomba, de su álbum Vuelve, de 1998. Cadencia de salsa entrecruzada con la apuesta de la filarmónica generaron una rareza inexplicable. “¿Qué pasa aquí que no bailan?”, agitó el vocalista a su gente.

Eso fue justo antes de que entonara Ácido sabor, de su última placa titulada Play, que fue interpretada solo por su banda y no incluyó participación alguna de la gran orquesta de cuerdas.

El valor de la Sinfónica

En virtud a otra novedad, el cantautor manifestó un deseo: “Es la primera vez que canto esta canción, espero que la disfruten”, dijo. Se trató de Con tu nombre: insólitamente el único momento de la noche en que su público se dispuso a escuchar con atención y no intervenir.

“Vinimos a pasarla bien, a cantar y a quitarnos la ropa”, dijo Ricky Martin en el Movistar Arena. Foto Germán García Adrasti

Ese tema contó con un gran papel de la sinfónica, pues marcó de manera contundente la melodía, mientras que la rítmica quedó en manos del dueño de los bombos y platillos, además de los timbales.

Luego, por un instante, Ricky Martin despareció de escena y quedaron como grandes protagonistas la sinfónica, con su director enfocado por una luz clara, y tan solo el teclado de la banda del vocalista.

De esa manera, Fuego de noche, uno de los grandes himnos de Ricky, sonó deslumbrante, pareció la banda de sonido de una película. Probablemente uno de los tramos de mayor acierto en esta idea de fusión entre lo eléctrico y lo sinfónico que se le ocurrió al entusiasta ex Menudo.

Casualmente el tramo de un popurrí que incluyó Vuelo, El amor de mi vida y el lentazo Te extraño, del año 2001, coincidieron con un cambio de atuendo del cantante: había cambiado su camisa oscura por una camisola blanca hindú que incluyó una especie de chalina como detalle, además era acordonada tanto en puños como en cuello.

Por otra parte, el telón de fondo nunca detuvo sus imágenes: pequeñas partículas en movimientos constantes, de un lado para el otro, encajaba con el accionar del vocalista sobre tablas del Movistar Arena. Por ejemplo, cuando entonó Tiburones, la perfecta coreografía del Martin coincidió con la rítmica infundida por orquesta ajena, con imágenes y a su vez el conjunto musical propio.

Claramente, este artista que juega en ligas mayores desde hace décadas, practica con seriedad y dedicación hasta el mínimo movimiento de su cuerpo al son de sus canciones antes de emprender una gira mundial. Las performances en él son una constante: nada de improvisación.

Vuelve fue otro de los temas en los que la sinfonía llegó como anillo al dedo para otorgar una armonía distinta a su tan reconocida letra, cuya hija natural fue una balada. Para la ocasión, la sinfónica fue acompañada solamente por una guitarra acústica.

Sin duda, los mejores arreglos y mixturas sonoras de la propuesta que tanto desveló y deseó el boricua nacionalizado español desde hace mucho, y que por fin lleva a cabo en su tour que lo tendrá aún por dos noches más en suelo argentino.

Ricky Martin, con la orquesta de 52 músicos con que se presentó en el Movistar Arena. Foto Germán García Adrasti

Minutos más tarde, luego de colgar la pata del micrófono en su espalda y de realizar algunos giros y piruetas sobre tablas, Ricky volvió a cambiar su camisa: la nueva que llevaba puesta era negra con brillos plateados. Esos mismos brillos se entremezclaron con los de los instrumentos de bronce, cuyos dotes sonoros sobresalieron en la canción Lola, otra de su exitoso álbum Vuelve.

“¿Seguimos? Buenos Aires, ¿seguimos?”, repreguntó el cantautor una y otra vez en una de las pocas veces que le habló a su estimado público local.

Enseguida su arenga produjo efecto. Sus fans mujeres volvieron a enardecer. “¡Te amo, Ricky, te amo!”, fue el grito de deseo que más resonó a lo largo y a lo ancho del campo durante un prolongado tiempo. Pero Ricky, de sonrisa constante, no detuvo su andar. Siguió dándolo todo sobre tablas.

Pasaron Living la vida loca (cantada íntegramente en inglés): detrás de la misma se acercó a un costado del escenario a bailar; luego entonó Cup of life (La copa de la vida, canción del Mundial de Francia 1998), hasta que llegó la despedida.

Primero agradeció a Silberstein, director de la orquesta y a los integrantes de la sinfónica. Luego fue el turno de los suyos, remarcando a su director de banda, el guitarrista calvo David Cabrera.

“Gracias a mi familia. A mi director, mil gracias por tu cariño, por tus consejos”, expresó visiblemente agradecido. Por último, emoción mediante, se dirigió a su público argentino, con un sentido mensaje: “Gracias a ustedes, los quiero con todo mi corazón. Creo que me voy a quedar aquí viviendo. Gracias por todo, los quiero, los quiero”, insistió y se fue por un ratito para retornar por los bises.

A esa altura, ya todo estaba dicho. El Ricky Martin actual se muestra centrado, con un formidable profesionalismo a cuestas. Ya no necesita quitarse su camisa para mostrar su torso desnudo. O hablar por un largo lapso a su público. Hoy lo suyo es la madurez. Hoy lo suyo se basa en la consistencia.

WD

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