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Dormirse en cualquier lado, la virtud que les permitió conseguir un trabajo impensado

Llevan quince minutos durmiendo en dos amplias camas, en la vidriera de una firma de colchones, sobre la calle Godoy Cruz, en pleno Palermo Hollywood. Chiara y Kevin hicieron movimientos de elongación, ejercicios de respiración y un ratito de concentración y, como si estuvieran en sus casas, se fueron a acostar a las tres y media de la tarde como si fuera un trámite.

Entre curiosos y extraños, además de cámaras, flashes, ruidos de autos y colectivos a menos de tres metros de sus camas… El desafío de conciliar el sueño “casi por imposición” -a priori imposible- fue sorteado de taquito por Chiara Torruella (19), estudiante de diseño gráfico, y Kevin Raud (27), a punto de recibirse de ingeniero en sistemas. “Esto es lo que siempre soñamos… cobrar por dormir”.

En la previa “al trabajo para el que fueron contratados”, Chiara y Kevin interactúan como si se conocieran desde hace años, pero recién hace una hora se vieron las caras por primera vez. Ellos fueron los dos elegidos para una campaña cuyo eslogan, que se hizo viral, reza “Pagamos $10.000 por dormir. Postulate, es posta”.

Superó las expectativas la marketinera iniciativa, que tuvo cientos de miles de visualizaciones en las redes sociales y 15.000 postulantes inscriptos para ser de la partida. Veinticuatro horas después de cerrado el concurso, 25 quedaron preseleccionados, hasta que Chiara y Kevin fueron los que sedujeron “por su calidad de sueño”.

“Reunían los requisitos que buscábamos desde un principio. La verdad es que no dudamos, ya que, como se vio, cuentan con un método infalible para dormirse. Por otra parte, vimos imágenes del pasado en las que se los ve durmiendo en los lugares más inverosímiles“, dijeron los organizadores de la propuesta.

Chiara Torruella (19) y Kevin Raud (27), los somelliers del sueño. “Tenemos la fortaleza de dormirnos en cualquier lado”. Foto: Lucía Merle
La siesta de Chiara, aquí en el aula, mientras el profesor daba la clase.
Fiesta electrónica con amigos. Fiel a su estilo, Kevin tuvo tiempo para abstraerse y hundirse en una siesta.

“Cuando me enteré de la propuesta, no lo dudé. ‘Esto es para mí’, pensé. No me cuesta nada quedarme dormida y no me afecta el entorno. Me ha pasado en un barquito, en la facu, en un shopping. Soy un especialista en siestas, no pasa un día que no la practique“, sonríe Chiara, de Villa del Parque.

Según la aplicación del sueño que los estudió, Chiara durmió 33 minutos netos, mientras que Kevin 46. Foto: Lucía Merle

Kevin dice que es “hazmerreír” de sus amigos. “Soy el meme, me gastan todo el tiempo porque reunión que haya, no importa la hora que sea, yo caigo dormido. No importa si estoy sentado, parado, en una pileta o escalando una montaña”, se describe este neuquino nacido y criado en La Angostura que viajó especialmente para encarar la aventura onírica.

Chiara, en un lobby de shopping, mientras espera a su familia que fue de compras.
Mientras preparaba un asado, Kevin no tuvo problemas en dormirse de parado.

Los dos jóvenes hablan de “una fortaleza por sobre la debilidad que muchos dicen… También creemos que contamos con tranquilidad y paz interior, dos aspectos complejos en estos tiempos que corren. ¿Si sentimos presión hoy? Tenemos mucha facilidad para adaptarnos”, coinciden. 

A Chiara y a Kevin, los organizadores de la firma Calm les dieron piyamas, pantuflas y un apple-watch con una aplicación que estudia a ciencia cierta el tipo de sueño al que se sometieron los postulantes. “Mide el ritmo cardíaco, la respiración por minuto y el oxígeno en sangre, indicadores que permiten saber con exactitud cómo y cuánto durmieron“.

Pasadas las 15 horas de este viernes, eligieron sus almohadas entre un abanico de opciones, se colocaron antifaces y se zambulleron cada uno en su mullido rectángulo. Kevin optó por auriculares para abstraerse del ruido ambiente y a los cinco minutos parecía una momia, con la boca entreabierta, ronquidos y abrazado fuerte a la almohada.

A cada uno de los “probadores de siesta” le dieron un apple-watch para, luego, sacar conclusiones estadísticas. Foto: Lucía Merle

Chiara, de costado y boca abajo, optó por el método de cada noche. Contar desde cien hacia atrás. “Antes de llegar a setenta suelo dormirme”. Esta vez parecía más inquieta y necesitó acomodarse mejor: se sacó el antifaz, se dio media vuelta y cayó en sopor. Claro que no pasaban desapercibidos antes eventuales peatones que, invariablemente, se detenían en la vidriera del local sin entender bien qué estaba sucediendo.

“¿Son maniquíes? Parecen de verdad”. “¿¡Cómo!? ¿Les pagan por dormir?!”. “¿Qué? ¿Diez lucas por echarse una hora de siesta?”. Un cóctel de exclamaciones e interrogantes confirmaba la sorpresa de los testigos que se morían de ganas por estar del otro lado del vidrio. Lo mismo sucedía con empleados de bares y negocios vecinos, que se corrían unos metros o cruzaban la calle para curiosear.

Chiara y Kevin firman sus contratos y reciben cada uno el sobre con la paga.

En el rol de un voyeur, este cronista de Clarín estuvo durante toda la faena, intentando encontrar el pelo al huevo. No hubo caso. Chiara logró un sueño profundo dejando las sábanas con rastros procedentes de su boca, durmiendo despatarrada sin pensar en el marco que la rodeaba. Kevin se deshizo de sus auriculares pero no de la almohada y siempre dejando ver su campanilla.

Según se pudo constatar en los 66 minutos en los que estuvieron acostados, Chiara durmió 33 profundos, sus pulsaciones bajaron de 110 a 79 en el momento de máximo reposo y realizó 15,5 respiraciones por minuto. Mientras que Kevin descansó 46 minutos, sus pulsaciones fueron de 105 a 73 y tuvo 16 respiraciones por minuto.

Vibró una alarma que marcó la hora de despertarse. También este cronista midió si había sobreactuación. Chiara, desconcertada, tenía una marca de la almohada en su mejilla rozagante y un dejo de malhumor. Mientras que se necesitaron dos personas para levantar a Kevin, que hasta lagañas tenía. “No estamos acostumbrados a que nos despierten así de una siesta”, deslizaron apenas, mientras se desperezaban.

Una vez incorporados, merendaron y tuvieron que completar una encuesta en la que describieron sus experiencias. Y llegó el momento de la paga: cada uno recibió un sobre con $10.000 que contaron sin pudor. “Esto sí que es dinero bien ganado y ya gastado en el viaje en avión”, hace saber Kevin. “Yo tengo que pagar algo de la facultad y lo demás será disfrutar con amigas”, completa Chiara.

¿Qué los diferencia a Kevin y a Chiara para ser los “sommeliers del sueño” del resto de los mortales? “Nacimos para dormir siestas y lo que nos diferencia es que tenemos experiencia acreditada“, dice sonriente el neuquino. “Soy una pachorra constante que disfruta el dormir, casi sin perder tiempo“.

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