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Doce años de prisión para el culpable del crimen del añatuyense Atilio Castillo

Un tribunal condenó ayer a 12 años de prisión a un joven y fijó un régimen tutelar a dos primos.

Fue el veredicto por el asesinato de Atilio Gervasio Castillo, de 21 años, atacado por una patota juvenil el 25 de abril del 2020 en una canchita del Bº Las Malvinas y muerto el 5 de mayo de 2020 en el Hospital Regional.

Vale subrayar que en los alegatos, los fiscales Florencia Garzón y Santiago Bridoux requirieron perpetua para Nicolás Sauco por “premeditación de dos o más…” e idéntica responsabilidad para los Galeano, aún tamizada por leyes de la Minoridad.

En fallo dividido, el alto cuerpo condenó ayer a Nicolás Raúl Sauco, de 20 años de edad, por “homicidio simple”, al suprimir el agravante en la figura original de “homicidio agravado por concurso premeditado por dos o más personas”.

En el veredicto, los vocales declararon penalmente responsable a los primos Lucas y Marcos Galeano, dos años atrás menores de edad, beneficiados por Leyes de la Minoridad, según se destaca en el fallo de los vocales Graciela Viaña de Avendaño, Luis Domínguez y Luis Achával.

En veredicto en disidencia, Domínguez y Achával votaron para que los Galeano fuesen declarados “partícipes secundarios” de “homicidio simple”. En tanto, Viaña de Avendaño bregó por la figura de “partícipes primarios” de “homicidio simple”. Sopesaron los votos de Domínguez y Achával y ahora los primos harán un tratamiento tutelar de seis meses y luego el tribunal realizará una censura de juicio.

De acuerdo con la causa, aquella noche Castillo y Sauco discutieron por un viejo problema con la policía. Luego, se trasladaron a una canchita de fútbol y comenzaron a pelearse a trompadas.

Alentado por una patota juvenil, Sauco cayó dos veces a la tierra. Sin embargo, uno de los adolescentes le alcanzó una punta con la que hirió mortalmente a Castillo. Con la víctima en el suelo sangrando, el resto de jóvenes le fue encima y agredió con patadas, pedradas y ladrillazos. Castillo dejó de existir el 5 de mayo en el Hospital Regional.

Posteriormente, la Justicia lanzó a la policía tras los jóvenes. Fueron apresados casi ocho menores, todos en condiciones sociales precarias, con parientes ligados a las drogas y hasta uno que se suicidó por tamaño flagelo.

En plena pandemia por el Covid-19, la patota juvenil habría disfrutado de una noche de alcohol, comida y otros “condimentos”. Luego, el grupo acompañó a varias adolescentes y en el camino se encontraron Sauco y Castillo. Uno reprocho al otro haber hablado de más ante la policía y lo tildó de “botón”.

Los testigos señalaron que se la tenían jurada y no había modo de solucionar las diferencias que no fuesen a las trompadas. Tal cual, en minutos, los jóvenes limaron sus asperezas, pero Castillo desconocía que Sauco había entregado, sutilmente, una punta a uno de sus “púber” amigos, por las dudas.

Y el arma hizo su aparición de la nada, tanto que Castillo recién advirtió la jugada sucia cuando la punta se incrustó en su humanidad, una y otra y otra vez. Los jóvenes saborearon sangre y se le fueron al humo, dirían los tumberos en las cárceles.

Entre patadas, trompadas y ladrillazos, Castillo vio precipitársele el final. Recién ya satisfecho por la barbarie, el grupo lo dejó en paz y huyó en diferentes direcciones. En la tierra, Castillo se repuso. Caminó 20 metros y se desplomó para no levantarse jamás. Soportó lo que pudo en una camilla del Hospital Regional y la vida se le esfumó de las manos la siesta del 5 de mayo.

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