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A 25 años del noche en que Mike Tyson mutiló a Evander Holyfield: ¿dónde está el pedazo de oreja que le arrancó de una mordida?

El deporte entrega momentos inolvidables en nuestras vidas. Tan inolvidables que permiten transportarnos a esos lugares mágicos o no tan mágicos en donde vivimos, en vivo y en directo, desde una tribuna o por la magia de la televisión, a centímetros o a miles de kilómetros de distancia, esos hechos de los que hablamos toda la vida.

Todos, o casi todos, recordamos dónde y con quiénes vimos los goles de Diego Maradona a los ingleses en México 1986. El de la mano y el de la gambeta que todavía no se puede explicar más allá de que fue explicado millones de veces en estos 36 años.

Todos, o casi todos, claro, recordamos el momento en que Horace Grant se la pasó a John Paxson para que el base con cara de oficinista acertara el triple que le dio el primer “three peat” a los Chicago Bulls de Michael Jordan en la NBA.

La lista sigue y es enorme, cada vez más grande, ahora que se puede ver casi todo lo que sucede pagando el abono del cable o vía algún streaming (de los legales, obvio). Por eso es lógico que todos, o casi todos, los que están leyendo esta nota hayan visto -o al menos sepan- lo qué pasó el 28 de junio de 1997. Aunque es posible que no todos tengan idea lo que ocurrió después de aquel momento histórico en la historia del deporte.

La reacción de Holyfield tras el mordisco de Tyson. Foto: Reuters

Segundas partes…

Se habla de Holyfield-Tyson II -aunque ya lo saben por el título que clickearon para entrar en la nota y llegar a este quinto párrafo-, el combate que se celebró en el MGM Grand Garden Arena de Paradise, en el estado de Nevada. Era la revancha de la pelea que se había celebrado siete meses en el mismo escenario en la que el boxeador oriundo de Atlanta, Georgia, le ganó al resiliente campeón del mundo salido de las profundidades de Nueva York. Fue triunfo inapelable por nocaut técnico en el undécimo round.

Esa, claro, no había sido la única pelea entre Tyson y Holyfield. Los dos ya se conocían desde hacía más de una década, cuando probaban guantes para llegar a Los Ángeles 1984. The Real Deal, que ganaría una medalla de bronce en aquella cita como semipesado, había demostrado no tenerle miedo a ese noqueador empedernido que bajaba muñecos sin parar pero que no llegó a la cita olímpica por culpa de Henry Tillman pese a haber sido el dueño de los prestigiosos Golden Gloves (Guantes Dorados) entre los pesados.

Mike Tyson hoy. Foto. AP

Los caminos de los dos, leyendas del deporte de los puños, se bifurcaron hasta que se volvieron a encontrar en Nevada en 1996. Holyfield hizo su camino entre cruceros hasta que decidió dar el salto a los pesados después de James Buster Douglas diera el batacazo en Tokio y despojara del título a un Tyson que, producto de su vida licenciosa y escandalosa -incluidos tres años de cárcel por violar a Desiree Washington en 1990- empezó a derrapar hasta perder su don de invencible.

Iron Mike, como miles de veces, volvió a empezar y así fue como reconquistó sus cinturones mientras Holyfield recuperaba su licencia tras dejar atrás problemas cardíacos que salieron a la luz luego de la derrota ante Michael Moorer.

Así, saliendo de sus laberintos, Holyfield le ganó a Tyson en el undécimo round -en las tarjetas también perdía mal- cuando el árbitro detuvo la pelea. Así, Evander se convirtió en el segundo hombre de la historia, por detrás de Muhammad Ali, en ser campeón mundial de los pesados en tres ocasiones.

Mike Tyson se desploma mientras Evander Holyfield lo observa.

La pelea (la mordida)

Con este apresurado e impreciso resumen se llega a ese día inolvidable, la revancha entre los dos monstruos que paralizó a los fanáticos del deporte. Tyson recibió 30 millones de dólares como bolsa y Holyfield se llevó cinco millones más por el combate que llevó el pretencioso slogan “El ruido y la furia”, citando la novela de William Faulkner. Para entender la expectativa: casi dos millones de personas pagaron en Estados Unidos para ver la pelea por el sistema pay per view, un récord para la época -solo superado por la contienda De la Hoya-Mayweather de 2007-.

Holyfield-Tyson II quedó en la historia por una palabra que no se escribió hasta ahora. Oreja. La oreja de Holyfield. En realidad, el pedazo de oreja de Holyfield que Tyson mutiló con una mordida. Fue después de que The Real Deal boxeara al límite del reglamento y sacara de sus cabales a un Tyson que en el tercer round se dejó llevar por ese diablito que tenemos todos sobre nuestros hombros.

Cansado de los juegos mentales (y los cabezazos) de Holyfield, Tyson, cortado, salió a hacer justicia por mordida propia. Encontró la oreja derecha de su retador. Y con sus paletas filosas y los incisivos ídem le arrancó una parte. Acto seguido, escupió el pedazo de cartílago inferior que le había quedado atrapado entre sus dientes como si fuera el más duro de los asado duros. Y la historia se hizo aún más historia.

La oreja sangrante de Holyfield. Foto: Reuters

El árbitro Milles Lane, una vez que terminó ese fatídico tercer round, descalificó a Iron Mike en el tercer asalto. Ese sería el principio de su fin. Debió pagarle Holyfield tres millones de dólares por la sangre derramada.

Tyson nunca más volvió a ser Tyson.

Y Holyfield, desde entonces, tiene dos centímetros menos de humanidad.

La oreja mutilada de Holyfield hecha chocolatín. Foto: Reuters

Después qué importa del después

“Fueron las drogas. Solo pensaba en las drogas. Yo creía que era Dios, me sentía como Dios, pero lo hecho, hecho está. Yo no pensaba en el boxeo cuando lo mordí. No me preocupaba el boxeo. Está mal lo que hice, muy mal. Me volví loco”, reconoció Tyson, en una entrevista que le dio a The Guardian en 2020 haciendo autocrítica de su mala conducta y de sus malos hábitos.

Por esos mismos días, en diálogo con Fox News, se contradijo. “A veces pienso: ‘No, nunca más lo haría’. Pero en realidad podría hacerlo de nuevo”. Aunque es mejor que no lea esta nota por el poder de los puños y la cobardía de este tecleador, vale reflexionar: ¿En qué quedamos, Mike?

Se sabe: Tyson siempre anda surfeando los límites del deber ser. Es su forma de vida. Mientras Holyfield estiró innecesariamente su carrera hasta cerca de los 50 años, Iron Mike se convirtió en un showman con la mitad de su cara tatuada mientras recorre escenarios haciendo shows de stand up y grabando podcasts lisérgicos. Encontró en la industria del cannabis, creciente en Estados Unidos, otra forma de vivir y de subsistir. Milita la causa. Y hasta diseñó unas gomitas de cannabis con forma de oreja mordida.

¿Cómo las llamó? Mike Bites. En castellano, Las Mordidas de Mike.

¿A qué tienen gusto esas mogul del sarcasmo? A gomitas, claro. No van a tener gusto a orejas…

¿Pero qué gusto tenía la oreja de Holyfield?

“La oreja de Evander Holyfield sabe a culo”, sintetizó un Iron Mike sin laberintos y que no le hizo una gran publicidad a su creación.

Holyfield, después de años de justificada indignación, ya había perdonado a Tyson allá lejos por 2004. Nueve años más tarde, mientras todavía se fantaseaba con un tercer episodio entre ambos sobre el ring, Foot Locker, negocio de indumentaria deportiva, los reunió en una publicidad. La secuencia comienza con la estrella de la NBA, Kyrie Irving. Pero la historia más destacada es el reencuentro entre Tyson y Holyfield. Tras ir a buscarlo a su mansión, Mike le pide perdón y le da una cajita en la que se encuentra el pedazo de oreja que le arrancó aquella fatídica noche en Nevada.

¿Era cierto?

No.

El mito dice que ese pedacito de Holyfield está guardado en un frasco en formol, ya que alguien visualizó el negocio a plazo fijo de aquella noche en Nevada y se lo quedó para venderlo a un coleccionista y hacer explotar una subasta del morbo en alguna fecha especial como los 25 años que se cumplen este 28 de junio de 2022.

Pero es mentira. Ese pedacito de oreja se extravió, aseguran, en la ambulancia en la que trasladaban a Holyfield por las calles de Paradise. Un final con poco glamour para uno de los momentos inolvidables de la historia del deporte. Ese que vimos todos. O casi todos. Y volveremos a ver…

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