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Un empate bajo un diluvio bíblico

Que el fútbol es impredecible ya lo sabemos. Y que reduce a cero las diferencias de jerarquía entre los equipos, también. Antes de que empezara el partido de anoche entre Independiente y Boca, antes del diluvio bíblico del final, la mayoría de las personas lo analizaban de acuerdo a cómo llegaba cada uno: el Rojo de tropiezo en tropiezo, el Xeneize con la expectativa de merodear la punta. 

Así empezó la noche y así terminó. Porque Boca no fue claramente superior, pero marcó la diferencia por la jerarquía de sus individualidades: la solidez de Izquierdoz, el manejo de Pol Fernández, la contundencia de Darío Benedetto. ¿Alcanzó? No. O alcanzó hasta que todo se distorsionó, primero por una roja a Fabbra y después por una lluvia que trastocó la normalidad del partido. 

Independiente mostró un planteo ofensivo, sagaz, que parecía no alcanzar. Eduardo Domínguez ensaya variantes, cambia planteos y jugadores. Todavía los resultados no llegan, y eso hace que todo sea más difícil y la paciencia de los hinchas, más corta. 

¿En qué se nota la jerarquía, ese plus que puede tener un equipo en cada uno de sus jugadores? Quizás haya que ponerle play a la jugada que a los 15 minutos del primer tiempo terminó en penal para Boca por una infracción de Lucas Rodríguez a Villa. El defensor  (que hizo un buen partido pese a todo) la tenía, se durmió y Villa se la tocó desde atrás. Viveza del delantero y torpeza del defensor. ¿Resultado? Gol de Boca porque Benedetto convirtió el penal en gol. 

El Rojo empató a través de Togni, pero pareció un espejismo. Porque antes de que terminara el primer tiempo, a los 44, Benedetto encontró un rebote en el área y la clavó en el ángulo. Otra vez, Boca tuvo suerte, pero a esa suerte le agregó la calidad de su individualidades, en este caso Benedetto, el repatriado goleador que lo llevó a lograr varios campeonatos locales en los últimos años. 

En el segundo tiempo hubo un cambio, más obligado por la situación del resultado que por el posicionamiento de los equipos. Boca se replegó, Independiente tomó el control de la pelota, y todo eso se agudizó cuando Fabra salió expulsado por doble amarilla.    

El partido terminó bajo un diluvio biblico, una cortina gris en el estadio que hasta imposibilitó a la transmisión televisiva seguir el partido con las cámaras tradicionales. Era jugar ciego: sin que la pelota se vea, sin que los jugadores distingan en dónde estaba cada arco. Y así, bajo esas condiciones, Batallini empató y puso el 2-2 final. Ya no se podía jugar, la cancha estaba inundaba y el reloj marcaba 43 minutos. Había que seguir jugando por sentido común, pero Tello decidió parar el partido. Estuvo interrumpido durante 25 minutos. Los jugadores querían seguir, y el partido siguió. Al menos para que los hinchas, que estaban empapados, se fueran a sus casas con el resultado final.

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