2021 fue el año de la vacunación. Después del arranque complicado por la falta de dosis y el golpe de la segunda ola, la campaña puso tercera y la gente respondió. Ahora, ya surfeando la tercera ola, una investigación del Conicet muestra que la confianza en las vacunas es alta, pero al mismo tiempo tuvo un efecto boomerang: la relajación de ciertas medidas de cuidado. Y los contagios récord de este mes lo ratifican.
El estudio, que lideró Gabriela Irrazábal, del Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL) del Conicet, indagó en distintos aspectos que tienen que ver con la salud, el bienestar, la ciencia, el coronavirus y las vacunas, según la adscripción religiosa de los entrevistados.
Se realizó a más de 4.500 personas de distintas regiones del país y diversos perfiles sociales, pero que tuvieran un celular e Internet. No es un dato menor para los resultados que se analizarán luego: todas ellas tenían acceso a la información.
Más de la mitad de los encuestados, el 56,7%, respondió que las vacunas protegen de las enfermedades o las evitan. Un 39% dio una respuesta más ajustada: que refuerzan el sistema inmunitario.
En la encuesta hay otro apartado, vinculado con las actitudes del coronavirus, que arroja otros números interesantes cuando se cruzan con los anteriores. El 84% de la gente cree, correctamente, que la vacunación masiva es una acción para evitar la propagación del coronavirus, y porcentajes similares lo opinan del barbijo y distanciamiento.
Pero a esa pregunta, sólo el 33,2% respondió evitar el contacto con otras personas. Y un 5,3% no sabe qué hay que hacer o cree que no debe hacerse nada.
Los investigadores llaman más la atención sobre otro ítem: no es en qué se cree, sino qué se hace. Y ahí, sólo la mitad de la gente estaría dispuesta a cumplir un aislamiento sin tener síntomas o a dejar de ver a familiares y amigos. Un porcentaje más alto, de entre el 64% y el 69% dejaría de hacer otras actividades (como ir al gimnasio, a comer afuera o a misa).
3 de cada 10 encuestados no tomaría ninguna medida individual respecto a restringir sus contactos para evitar la propagación.
“Las cifras de vacunación son altas en Argentina. Para la gente la vacuna es una protección y creen que sirven para evitar la enfermedad y por lo tanto para evitar la propagación del virus. Esa cuestión de confianza de esta manera generó que respondieran sobre otras medidas como no tan necesarias”, analiza Irrazábal.
Para la especialista, doctora en Sociología, en este contexto de aumento de casos podría darse “un desajuste de expectativas”. Pensar erróneamente que si estoy vacunado e igual me contagio, para qué vacunarme, lo cual “a nivel simbólico produce cierta desazón”.
“Es muy importante en este momento reforzar los mensajes tanto respecto de la dosis de refuerzo de las vacunas como de seguir manteniendo las medidas de cuidado que se habían aprendido”, remarca.
Los mensajes claros son la clave, según la investigadora. Y aquí llama la atención sobre otro punto: las respuestas respecto a posiciones anti-vacunas o a afirmaciones pseudo científicas relativas al SARS-CoV-2.
Si bien el porcentaje de confianza en la vacunación es alta, 3 de cada 10 encuestados creen que no debería ser obligatoria ni para el Covid ni para ninguna otra vacuna (en Argentina hay 20 vacunas gratuitas y obligatorias incluidas en el calendario nacional de vacunación).
Pero además, un 20,2% duda sobre si la vacuna modifica el ADN de las personas que se las aplican y un 19,1% duda sobre si las vacunas tienen conexión con el autismo, un tema largamente discutido a partir de una publicación en la revista The Lancet que se descubrió fue un fraude científico. Además, el 26,3% cree que el Covid fue creado en un laboratorio, mientras que para otro 7% es “un arma de guerra que se escapó” o “un dispositivo de control de la población”.
“Todos estos porcentajes pequeñitos que se van sumando te dan una proporción importante que considera este tipo de cuestiones. Son ideas que fueron permeando”, alerta. Y acá cobra relevancia la mención anterior: repetimos, los encuestados son todas personas con acceso a la información. También les preguntaron dónde se informaban, y la respuesta mayoritaria fue por Google y YouTube, pero no discriminaron a qué fuentes de contenido llegaron a través de esas plataformas.
Pandemia y salud
El trabajo, que se realizó en colaboración con los proyectos de investigación del Conicet y la Agencia Nacional de Promoción Científica y fue financiado por la Red de Investigación Internacional para el Estudio de la Ciencia y Creencia en Sociedad de la Universidad de Birmingham y la Fundación Templeton, también indagó en cómo la pandemia afectó la salud y el bienestar.
“La población ha estado sometida a un alto nivel de estrés. La mayoría tuvo alguna afección vinculada a la salud mental, como ansiedad, depresión u otros trastornos que ellos mismos calificaron como psiquiátricos. Y muchos no pudieron recurrir a la atención del sistema de salud”, destaca la investigadora.
Sólo el 42,4% de los que tuvieron ansiedad y el 34,9% de los que sufrieron depresión acudieron a profesionales de salud mental. Casi la mitad recurrió a la oración, cuidados en la comida o plantas medicinales como un paliativo.
Para Irrazábal, es grave que el sistema de salud no pueda dar respuesta. Y, en este sentido, remarca el trabajo de los investigadores en ciencias sociales para comprender los comportamientos de la población y ayudar a trazar políticas públicas.
En este escenario, donde además 2 de cada 10 personas dijeron haber sufrido violencias y 4 de cada 10 perdieron a alguien cercano en el último tiempo, la vacunación aparecía como una esperanza y quizás allí radique la creencia en que iba a ser la “solución mágica” a la pandemia.
Por eso, concluye la socióloga, salir de la pandemia no solo es una cuestión de biomedicina sino también de que “los mensajes lleguen en línea” y que se garantice “una salud pública integral y un acceso a los derechos de las personas”.
AS