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Marcelo Mazzarello, el Bilardo de la serie de Maradona: “Del segundo no se acuerda nadie”

La única vez que lo cruzó, el desborde le jugó una mala pasada. Paseaba en moto, vio al mítico DT en la Costanera y le lanzó el alarido: “¡Grande, Narigón!”. Carlos Salvador Bilardo volteó la cabeza y lo miró con cara de pocos amigos: “Habrá pensado, ‘¿y vos con ese naso me decís eso?’, se ríe Marcelo Mazzarello, “El doctor” del tic de las corbatas en Maradona, sueño bendito.

La aventura comenzó hace cuatro años, cuando lo invitaron a un casting para Amazon y le advirtieron que otros dos actores estaban pensados para ese personaje. Marcelo se presentó con ventaja: por un lado el physique du rôle era aliado a la hora de impresionar a productores, por el otro, contaba con bagaje bilardista, todo aquello que su hermano, hincha de Estudiantes, le había contado, además de la lectura exhaustiva de Doctor y campeón, la autobiografía que publicó Planeta.

A lo Bilardo, “Mazza” se encerró en una habitación y se dio una panzada de videos. El objetivo no era la imitación, pero sí la aproximación interpretativa al caballero que promovía que “al rival no hay que darle ni agua. El Fair Play es un invento de los británicos”. Play, Rewind, Pause. En cada gesto, la lupa y el estudio. “Descubrí que su timbre de voz me quedaba cercano. Después, vi que él hace algo como aflojar el maxilar, dejar la boca semiabierta. La idea era economizar en tics para que no sea una ridiculización”.

Marcelo Mazzarello (Andrés D’Elia).

Metido en ese envase, y sin haber visto en persona jamás a Diego, viajó a filmar a Nápoles, Barcelona y al Distrito Federal. Casi no hubo maquillaje de caracterización, apenas le pintaron los dientes para que simularan una separación. Hubo trances en los que flaqueó: “Cuando filmábamos en México me ganó la emoción. Sentía que había viajado en el tiempo y que era parte de esa Copa del Mundo. Fue magia”.

Simpatizante módico de San Lorenzo, el fútbol siempre fue para Mazzarello un espectáculo multicolor. Desde sus tiempos de jugador en “La peni, la penitenciaría que era un potrero en la calle Peña”, donde se paraba “del mediocampo para atrás”, ya era habitué de distintos estadios. Recuerda haber gritado goles como el del arquero pincha “Chiquito” Bossio a Racing. También memoriza con piel de pollo ese Mundial 1986 transcurrido en un pesado aparato del living de sus padres, en Peña y Coronel Díaz. Por entonces, la cábala, una práctica bien bilardista, decretaba que “todos los integrantes de la familia debían respetar sus ubicaciones cada partido” para no llamar a la desgracia.

Con la temporada 2 de la serie confirmada, sabe que habrá mucho más recorrido actoral en el traje de ese muchacho que estudiaba el corazón de una rana cuando en 1958 su madre le dio la noticia: un llamado alertaba que debía debutar en Primera. En la historia de Amazon, resta contar el Mundial ’90, y el paso de Diego por Sevilla, dirigido por Bilardo. Anecdotario sobra y será difícil de comprimir. Mazzarello ya sueña con escenas como el día que Carlos mandó a Oscar Ruggeri a “marcar” a Careca en pleno baile del casamiento de Maradona. O cuando instó a la Seleccion: “Acá hay dos op­cio­nes: le da­mos un pa­ra­caí­das al pi­lo­to y no­so­tros nos es­tre­lla­mos con el avión, o lle­ga­mos a la fi­nal”.

Junto a Oscar Ruggeri (Mariano Torres) en una escena de “Maradona, sueño bendito”.

Otro capítulo posible enciende al actor de 56 años. El “bidonazo” en Italia, aquel bidón con agua supuestamente adulterada que hizo vomitar al rival brasileño Branco y lo dejó somnoliento. Carlos Bilardo podría ser una película en sí (o una serie). De vendedor de flores y frutas a pre-candidato a Presidente 2003, alguna vez pidió asesoramiento médico para cambiar el aspecto de su nariz, pero un molde de yeso terminó por hacerlo huir del consultorio. En otra ocasión -la pretemporada en Jujuy de sus dirigidos rumbo a México- se vistió de mujer para controlar a sus hombres en una fiesta.

“¿Por qué no se me entiende lo que digo? Pien­so mu­cho más rá­pi­do de lo que ha­blo”, dijo alguna vez, mientras su hija Daniela le recriminaba que Maradona recibía más atención que ella. Mazzarello elige una de esas diez mil anécdotas: “Un jugador tiró una cáscara de banana al piso en la concentración y Carlos pidió ir a su casa y que hubiera de postre bananas. Comió una y tiró al suelo la cáscara para darle una lección: ‘Hago lo mismo que hiciste en la concentración'”.

Marcelo Mazzarello como Carlos Bilardo.

-¿Qué te enseñó este personaje al que estudiaste tanto?

-Que trabajar meticulosamente en lo que sea da resultados. Ese modo habría que aplicarlo a todo, como un ejemplo. Profundizar.

-Su meticulosidad era también la otra cara de una obsesión…

-Entiendo eso, pero uno hace un recorte de lo que quiere tomar de una persona. No está mal obsesionarse un poco con algo para salir de la media. El trabajo apasionado hace la diferencia. Mi mujer, bailarina de tango, por ejemplo, me dice: bailar bien implica obsesionarse con un paso. Después, cuando vemos a un bailarín excepcional, lo celebramos, pero para llegar a eso tuvo que obsesionarse. Carlos Bilardo se casó con Gloria y con la Gloria. El ejemplo de su matrimonio sirve como un juego de palabras.

Bilardo (Mazzarello) en conferencia, en una escena de la serie de Amazon

Las biografías de uno y otro se cruzan de algún modo. El fútbol y la medicina eran dos pasiones simultáneas para el señor de las pizarras en un principio. El trabajo en el puerto y lo actoral también corrían en paralelo en el caso de Marcelo. Estudiaba en el secundario Guido Spano cuando el director del colegio escribió una obra (Degeneración en generación) y lo invitó a participar. Le otorgó el personaje de un alumno gay, la pieza se estrenó en el teatro Regio y Mazzarello quedó fascinado por el efecto. El público se reía con sus intervenciones. Muros afuera del colegio lo esperaba una exploración distinta a la que planeaba el resto.

Nacido en Monserrat, criado en Villa Crespo y mudado a Barrio Norte a los 11, hizo un intento con la carrera de Veterinaria, pero el deseo lo alejó rápidamente de ese camino. Se anotó en la UBA, asistió unas semanas a clase, pero leyó un aviso sobre un seminario de comicidad dictado por Norman Briski y volcó su energía a la actuación.

Marcelo Mazzarello y su mujer en la presentación de la serie de Maradona (Foto: Amazon)

Antes de la popularidad, que llegó con Naranja y media (junto a Guillermo Francella, por Telefe, en 1997) se ganaba la vida como asistente de fotografía de la editorial Perfil. Después, viajó al Bolsón “en busca de un destino distinto”, aterrizó más tarde en Bariloche y encontró una salida económica con un emprendimiento: filmar en VHS a los contingentes de turistas brasileños, a quienes les vendía el souvenir. Terminaría saltando al otro lado de la cámara. 

“Fui y vine, probé, pero yo no buscaba trabajo por los canales, me interesaba la publicidad. En Buenos Aires trabajaba en el puerto con mi papá, me encargaba de la logística y los trámites de las cargas de exportación, y como hobby hacía performances”, evoca. A mediados de los noventa, el director Rodolfo Ledo lo vio en una publicidad de nafta como playero de una estación de servicio y le pidió reproducir ese simpático personaje en la tira Naranja y media. El resultado rebasó las expectativas.

“Yo no estaba preparado para esa popularidad ni la había buscado. No había encarado la actuación para ser conocido, así que después de eso hice como un camino inverso, de formación. Las películas La suerte está echada (de Sebastián Borensztein) y Felicidades (de Lucho Bender) a mí me transformaron”.

Parecidos, pero diferentes. “No quise hacer una ridiculización”, dice Mazzarello.

-¿En tu profesión, sos resultadista como Bilardo? ¿”Ser segundo no sirve en la filosofía de tu vida?

​-En el oficio creo que el camino del trabajo es en sí el éxito. En la competencia deportiva sí soy bilardista. Hay que ser campeón, porque del segundo no se acuerda nadie.

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